¿Qué es el fin del mundo?
Martin Heidegger, obispo de la ontología, sostuvo, frente al siglo pasado, entre
guerras, cuando socialismo y capitalismo devoraban al mundo, en vías de
producción, que su Dasein (ser-ahí), el hombre (aunque consideraba
esta palabra un prejuicio), era el único ente capaz de tener mundo, sólo lo pavoroso (como le bautizaron los
griegos), generaba significados, remisiones, tan ominosas, que, su lenguaje destruía
al ser, dejando páramos, desolación, utilidad y servicio, aniquilamiento. Él, antes guardián de physis (naturaleza) era su verdugo. Heidegger denunciaría,
explícitamente, modernidad, Rin trocado a
gran central hidroeléctrica, entes en vez de cosas, útiles que cumplían su
efecto: para eliminarse, desuso. Tal acusación, pareció locura, anecdotario, de
un pasado divinizándose, ante un hombre actual, de todos los países, que
buscaría resarcimiento, ilustración
francesa: explotar a la naturaleza y no al hombre, obviando que dicha naturaleza
era su cuerpo. Intuyeron que Heidegger añoraba etapa prístina, prehistórica, frenar albores
del progreso que marchaba altivo hacia su futuro. Sólo Rachel Carson,
científica, comenzó a describir, en el decálogo ecologista, titulado Primavera silenciosa, consecuencias
en tierra y ríos de plaguicidas que
utilizaban granjeros norteamericanos para mejorar, volviendo eficiente, la
producción alimenticia. Este binomio
Heidegger-Carson, recibiría severas críticas, tildándolos de místicos o
arrendatarios de algo que desapareció milenios atrás, de antimodernos. Qué era lo moderno?
La era moderna nació a finales del siglo XVI y principios del XVII.
Una caterva de hombres, negándose a seguir escolástica como método del
conocimiento, buscarían, entre ellos, Francis Bacon y Descartes, al nuevo método, científico, basado en
observación e hipótesis. Fue cambio de paradigma, que colocó, a la especie dominante, como principio rector
del conocimiento y en palabras de Bacon, a la naturaleza, como algo que debía
ser violado para extraerle sus secretos. El paradigma de Dios-centro del
universo, caerían en manos del hombre, no sólo guardián, sino propietario de un
mundo que se empezaba a convertirse en recursos: capitalismo, prácticas económicas que buscaba la ganancia
de intermediarios por comercio masivo de productos cada vez más elaborados. Sin
embargo, la modernidad no llegó a cada parte del mundo. Quedaría centrada en
Europa y en la incipiente superpotencia, Estados Unidos. Los demás países fueron
productores de objetos que la gran industria anglosajona iba a convertir en
productos de uso corriente. Un ejemplo sería la hacienda mexicana durante el porfiriato, que escurría atraso y
aliteración de productos sin valor internacional o no suficiente. El secreto
estaba en comprar materia prima barata, manufacturarla y colocarle en países
subdesarrollados a un precio más alto. Las guerras mundiales cambiaron esta
lógica. Técnica y tecnología despertaron, volviéndose gigante hambriento, que
devoraba recursos para satisfacer un pensar basado en consumo-desecho. El mundo era ilimitado y meta del hombre,
modernizarse. Pero en los ochenta, agua,
minerales y petróleo, escasearon, mostrándole, al pavoroso, que agujero
en capa de ozono y su modo de vida, eran destrucción. Cobró sentido el fin del mundo. Heidegger-
Carson, al plastificarse, mostraron cadena infinita de esclavos: animal-comida,
planta-alimento y metales-producción.
En el siglo XX casi todas las ciudades del mundo sufrieron rescoldos del
cambio climático, germinando mala calidad del aire, pobreza del agua y
enfermedades venidas del trópico. Soluciones, basadas en materialidad (siendo
que lo material nace de una concepción de mundo), intentaron frenar desabasto,
pero, la racionalidad hipermoderna,
creada para el consumo, desde un socio-capitalismo,
se vio reducida a prácticas menores, que ocultaban cambio de era y paradigma, brotando desde logocentrismo greco-romano, al teocentrismo medieval, que daría lugar
al antropocentrismo moderno, fin y comienzo: un nuevo hombre movido del centro
del cosmos, guardián de naturaleza, jamás su propietario. De otra manera, sino,
fin del mundo, ocaso de una especie que
jamás abandonó la infancia.