CASARSE EN SAN MIGUEL

hector redes

SALVO SU MEJOR OPINIÓN

CASARSE EN SAN MIGUEL

(Y QUEDARSE ENCERRADO EN EL BAÑO DEL HOTEL)

El destino unió nuestras vidas en el lejano año de 1989 cuando habíamos cumplido 3 años de edad y comenzábamos a asistir al mítico kínder “Margarita” de la calle Héroe de Nacozari en la colonia Alameda de esta ciudad. Ahí conocí a varias personas cuya amistad ha perdurado hasta la fecha. En 1992 cada uno tomó rumbos distintos. A algunos los llegué a ver de lejos, a otros los reencontré más adelante en el colegio Benavente pero por diversas razones no había surgido la idea de volvernos a ver.

Pasaron 20 años para el reencuentro, no recuerdo de quien fue la idea pero nos volvimos a encontrar en el colegio “Margarita”. Le pedimos a una madre que nos dejara entrar y recordamos nuestra niñez en los juegos del patio y en los salones de clases. Asistieron aquella ocasión, Enrique López Farfán, Paola Luna Díaz, Liz Aizcorve, Adriana Elizarrarás, Amaury Téllez, “Pepita” Sánchez y su servidor.

A partir de ese momento nos seguimos viendo con frecuencia y la convivencia logró reforzar los lazos inquebrantables de la amistad duradera. El sábado pasado se casó en San Miguel de Allende la primera del grupo, Paola Luna Díaz decidió unir su vida a la de Matthieu Laborde, un ciudadano de origen francés. La celebración religiosa tuvo lugar en la soberbia parroquia, exquisito escenario de ensueño que enamora con tan solo contemplarla. Luego de un emotivo Te Deum, recibimos nuestro kit para callejonear, que incluía chanclas, gorra, botella de agua y una pequeña cazuela donde te servirían tequila.

A pesar de no tener calzado para semejante hazaña en calles empedradas y empinadas, decidí darle una oportunidad al plan, pero desistí una vez que vi abierto el Museo Casa de Allende justo a la vuelta del templo. El inmueble fue propiedad de don Ignacio Allende y en sus 2 plantas aborda la vida y la obra del ilustre insurgente, así como el contexto histórico en el que se dio el movimiento de independencia en México.

Terminando, mi amiga Sara Álvarez y yo nos dirigimos al rancho “Las Puertas” en la carretera hacia Dolores Hidalgo, lugar donde se llevó a cabo la recepción. Debo decir que la fiesta estuvo espectacular en todos sentidos: Comida, bebida, música, ambiente, baile, atención. Es de esas bodas que uno recordará por siempre. En el rancho ya nos estaba esperando nuestra amiga Adriana Elizarrarás y en pocos minutos se integró “Quique” López Farfán. Así pues, los 5 sobrevivientes del kínder nos dispusimos a platicar, festejar y tomarnos fotografías que inmortalizaran el evento.

Pasadas las 11 de la noche, partí rumbo al hotel pues ya estaba cansado y no quería arruinar el ambientazo que traían mis compañeros. Llegando me metí a bañar para relajarme y dormir más cómodo, pero en cuanto quise salir, la puerta no abrió, la chapa estaba dañada, el pasador no corría. Una pesadilla hecha realidad, estaba encerrado y no tenía modo de comunicarme pues mi teléfono celular lo dejé cargando en la repisa.

Traté de no perder la calma y abrir por las buenas la puerta, pero al notar que sería imposible, comencé a golpear el portón y nada, luego le di un par de patadas y nada. Mi esperanza era que alguno de mis vecinos del hotel reportaran a la recepción que algo le pasaba al “loquito” de la 114 y llegara alguien en mi rescate, pero no fue así. Pensé que mi amigo Quique eventualmente llegaría pero ¿en cuánto tiempo? ¿1, 2, Quizá 3 horas? No podía permanecer tanto tiempo ahí. Entonces corté un pedazo de una envoltura de crema que utilizo siempre después de bañarme, el trozo ya no tenía material alguno y pretendí convertirlo en una tarjeta que lograra mover el pasador, pero no tuve éxito.

Un poco desesperado, comprendí que mi cabeza está un cuanto dañada por tanto cine hollywoodense cuando traté de realizar la señal de auxilio S.O.S. y luego a silbar por un conducto de aire para que alguien me oyera, nada.

De manera providencial noté que la cubierta de metal que suelen usar los hoteles para cubrir el papel higiénico podría servir. La desarmé y traté de hacer lo que había hecho con la crema, pero fracasé de nuevo, así que como último intento comencé a golpear la chapa de la puerta, a jalarla, a forzarla. No pude en un principio pero finalmente, no sé cómo y después de una hora, salí del baño.

Moraleja: Si están solos en un hotel, no cierren la puerta del baño, no hay necesidad alguna. En caso de que quieran hacerlo, metan su teléfono para cualquier cosa que pueda ofrecerse.

Twitter: @gomez_cortina

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