Ser escribidor

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Chispitas de lenguaje

Ser escribidor

En días pasados, mi amigo y poeta Martín Campa Martínez publicó su sentir de los integrantes del taller Diezmo de palabras. De forma sencilla y directa clasificó a quienes ahí participan acorde a lo que escriben. Como un experimentado bibliotecario al revisar un libro, colocó a cada uno en la gaveta correspondiente. Agudeza propia de un poeta, desde luego. Sin embargo, su texto me llevó a reflexionar en el trabajo en un taller literario.

Es la historia regular de millones de personas en el mundo, afanados en aumentar sus lectores, en tornarse más universales (por lo regular, solo el círculo de familiares y amigos leen al desconocido). No es poco el tiempo invertido para pulir su estilo. Cientos de horas de ensayo-error tras la esperanza de ver publicado al menos uno de sus trabajos.

Hace poco vi un video de Radio Televisión Española donde un joven escritor español se reunía con otros aspirantes para revisar textos. Coordinados por el de mayor experiencia  examinan una y otra vez textos: critican, reflexionan, opinan, modifican, ensayan nuevas formas de decir lo mismo, aplican sinónimos, combinan frases… Y, a pesar de tanta labor, quizá jamás reúna los mínimos para publicarse.

La escena se repite miles de veces en otros tantos lugares en el mundo. En el caso del taller celayense Diezmo de palabras, Julio Édgar Méndez albacea literario del fundador del taller, Herminio Martínez–encabeza la actividad; pero trabajos similares emprenden personas como Marciel Fernández premio nacional de cuento, Alejandro Toledo gran experto de James Joyce, Jaime Panqueva en Irapuato; Javier Malagón también en Celaya, Hermes Castañeda Caudana en Guerrero… (solo he mencionado a los que conozco directamente). Cada cual por el gusto de trabajar la literatura… no hay remuneración.

Participar en un taller de literatura es una actividad difícil, de temple. Cuando alguien escribe, particularmente el de reciente actividad, supone que lo hecho de maravilla. Entonces viene el trabajo colectivo. El primer aspecto de la crítica en un taller es evitar que el texto sea un lugar común (en la historia, en el tratamiento o en la construcción de oraciones). La originalidad es el punto fundamental. Lo distintivo es la clave  para que el novel escritor logre un lugar destacado en tan competido oficio.

Nadie surge con un estilo propio y con temas singulares. No hay muchos burros que toquen flautas. Llueve sobre mojado. El escritor que quiere serlo debe estar atento a ello. Admitir que si recibe críticas es porque a su trabajo le falta para llegar a ser impecable. La presión forja al diamante. A las críticas en un taller no valen los resentimientos.

Aquí encuentro mejor sentido a lo que Mario Vargas Llosa llamó ‘escribidor’. Ser escritor implicaría ser uno más de los que pretenden aplicar talento en la composición literaria pero sin distinguirse. Escritores los hay por miles, escribidores…

El segundo aspecto es la congruencia. Los elementos convocados por el escribidor deben armonizar. Las historias tienen su propio marco de realidad, por fantásticas que sean. Perder esa concordancia pude llevar al traste la mejor idea. Una situación y personajes formulan en el lector un mundo aparte. Todo debe desarrollarse acorde a ese concepto que las letras construyen. Incluir en un texto aspectos fuera de ese marco destroza historias.

El tercer aspecto es el lingüístico. Si el aspirante no domina la composición gramatical y la ortografía, está destinado a jamás poder hacer llegar su mensaje con la claridad debida, con la intención esperada. Aplicar códigos personales para confirmar una identidad única, confina en el aislamiento. Desconocer las herramientas con las que se forja el idioma, impide moldearlo a placer. Tampoco se debe ser erudito sobre el particular. La mayoría de los escritores de éxito no conocen el lenguaje especializado de la ciencia que lo estudia. Pero son capaces de dominar el idioma. De jugar hábilmente con palabras para forjar sensaciones nuevas.

A esto se reúnen en los talleres literarios: a ejecutar un verbo no admitido, a tallerear. Y quedo corto, falta la descripción del trabajo poético: me limité a la prosa. Evidentemente, quien los ha criticado sin participar en uno, no tiene la más remota idea del trabajo acucioso, obsesivo y mesiánico para forjar a un escribidor. Un trabajo no exento de amor, pasión y celo porque se aloja en el corazón del hombre.

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